Historia del Anglicanismo
La historia de la Iglesia Anglicana tiene sus orígenes en las Islas Británicas. Durante los primeros siglos de Cristianismo la expansión misionera fue notable, por lo que algunos de estos misioneros llegaron a esa parte del mundo y plantaron le fe Cristiana. De acuerdo a la tradición mantenida fielmente por la Iglesia Ortodoxa oriental, su primer Obispo fue San Aristóbulo, el hermano de San Bernabé y uno de los Setenta discípulos enviados por Jesús (Lucas 10. 1 y siguientes). Son muy reconocidos santos ingleses e irlandeses de este tiempo, entre los cuales destacan el venerable Beda quien fue, además, el autor de la primera historia eclesiástica de estas tierras. Su obra describe excelentemente cuán fuerte fue la Iglesia allí en el período celta. También dan fe de ello notables edificios religiosos que nos muestran la espiritualidad de aquellos tiempos. Durante los primeros siglos, la Iglesia británica (celta) estaba suficientemente establecida como para enviar obispos al Concilio de Arles (314 d.C) y al Concilio de Rimini (359 d.C.).
Las invasiones de los vikingos y otras oleadas de pueblos paganos, replegaron a los Cristianos hacia las zonas montañosas del país con sus asaltos y ataques. El Papa Gregorio el Grande escuchó en Roma de las vicisitudes de los Cristianos en Inglaterra, lo que lo motivó a enviar a un monje llamado Agustín a tratar de convertir a los paganos. Agustín desembarcó en las costas de Kent en el año 597 y logró convertir al rey Ethelberto quien ya había escuchado el Evangelio por estar casado con una princesa cristiana franca llamada Berta. Como se estilaba en esa época, con él se convirtió el reino, y Agustín y sus monjes continuaron su trabajo misionero. Muy pronto se dieron cuenta que había una fuerte reminiscencia cristiana del período anterior a su llegada, y que mucho se parecía a la suya, con excepción de la fecha para celebrar la Pascua. No fue fácil para él implantar el uso de la Iglesia de Roma y la autoridad de su obispo, el Papa. Finalmente, en el Sínodo de Whitby del año 615 se resolvió la unión.
Hasta el siglo XVI, la Iglesia de Inglaterra continuó unida a la de Roma. Luego, durante el movimiento de la Reforma Religiosa encontró la ocasión de separarse de Roma nuevamente, lo que sucedió durante el reinado de Enrique VIII. Aunque no fue sino bajo el reinado de Isabel I que se consolidaron la fe y la práctica de la Iglesia en Inglaterra, con el establecimiento de su liturgia en el Libro de Oración Común.
La reforma inglesa conservó la tradición y el orden católicos, el gobierno de la iglesia mediante los obispos, quienes mantuvieron la línea de sucesión apostólica, y estableció claramente el principio de la suficiencia de la Sagrada Escritura como fuente inspirada por Dios para discernir el camino de la salvación.